EL modelaje
A Brandy Storn le gustaba repetirse esa letanía cada vez que estaba detrás del escenario vistiéndose antes del desfile. Eran ya seis años de pasarelas, era una de las más cotizadas modelos del país, y aún así, gustaba repetirse lo mismo una y otra vez. Esperaba con ello, olvidarse para siempre de su nombre y de los nervios excesivos que tenía en su adolescencia.
Yo no me llamo María Mercedes Pérez Pérez, yo me llamo Brandy Storn. Yo no nací en
La Matica-Los Teques, yo nací en la clínica
La Arboleda-San Bernardino y crecí en Madrid a donde fui con mi papá que acababa de ser designado encargado de negocios del consulado de Venezuela en España. Yo no nací en el Victorino Santaella recibiendo la única visita de mi tía Eulalia, yo no crecí en ese barrio de mierda, yo no soy hija de un camionetero que nunca quiso reconocerme.
Brandy Storn deslumbra a todos con su presencia, su piel de ébano le hace sentirse poderosa, sabe que no hay muchas modelos de su color en Venezuela, y por eso a ella siempre le dan las cuñas de crema corporal; la imagen de un metro de piernas negras siendo ultrajadas por la blanca pasta que sale de un envase a la vez que son acariciadas por unas manos largas y huesudas era irresistible para los productores de cuñas. Brandy Storn camina por la pasarela, exhibiendo un vestido verde con caída de flequillos sobre las rodillas firmes que apenas y si tiemblan al contacto de los duros pasos de la modelo que te mira como si quisiera azotarte en la cama durante horas. Los fotógrafos se desesperan al oprimir los disparadores de sus cámaras, algunos no pueden evitar la erección al ver desde su privilegiada ubicación como la falda se mueve con el viento que genera el movimiento de las piernas de Brandy y dejan ver sus piernas completas y su pantaleta blanca de seda casi transparente. Además, de su cuerpo brota un olor a aceite de coco que es rápidamente percibido por los fablistanes. Sobre esto se tejen muchas leyendas: Algunos dicen, ante la falta de datos biográficos comprobables qué, Brandy se llama Mayamúa Guarichaguanana, que proviene de una tribu indígena no descubierta y que el olor es porque nunca ha sido bañada con agua sino que desde que fue criada por los indios éstos le enseñaron a romper cocos y asearse con ellos. Otros afirman qué, ante la ausencia de novio o amante conocido, Brandy es zoofílica y gusta de hacer el amor con unos animales extraños que se posan sobre los cocoteros y cuyo nombre es desconocido hasta por los científicos. La otra especulación generada, es que al momento de nacer, alguien derramó sobre ella un tarro de aceite de coco y que por más que se hizo el esfuerzo por lavarla y bañarla nadie pudo sacarle el olor.